¿Asustado? ¿Indignado? ¿Desconfiado? ¿Ha dejado de leer? ¿Éstá pensando mal de mí? Sea como sea, es evidente que quien siga leyendo estas líneas y no se haya pasado a la lectura de cualquier otro artículo, habrá tenido una reacción emocional inevitable, generalmente recelosa. Y no les culpo por ello, a mí me habría pasado lo mismo. Y si el lector se considera a sí mismo como integrante de la Izquierda política, como el que escribe, más todavía.
Nadie puede obviar que también tenemos cosas magníficas como país, que no todo es negativo y que la imagen que se tiene desde fuera de nosotros mismos es infinitamente superior a la depresión flagrante que padecemos respecto de nuestra propia percepción
¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué podemos decir "visca Catalunya" o "puxa Asturies" sin problemas pero es mencionar la palabra España y nos entran todos los miedos? Es evidente que la imposición totalitaria franquista generó un especial hartazgo con la simbología patria, pero también es verdad que ha pasado mucho tiempo de eso, que muchas generaciones no lo hemos vivido, y que la similar imposición simbólica de los nacionalismos periféricos no ha generado tal rechazo hacia los símbolos autonómicos oficiales. Cabe subrayar también que esta prevención a la hora de mostrar un cierto patriotismo viene acompañada por una visión muy negativa de lo que somos. Una especie de continuismo con la "leyenda negra", que interioriza la ciudadanía de una forma mayoritaria y que únicamente se salva con los éxitos futbolísticos. Buen ejemplo de todo esto nos lo ha dado Elena Valenciano en su mitin de apertura de campaña del PSOE para las europeas en Viladecans. Fue surrealista escuchar su diatriba en contra de darle importancia a las banderas (algo que suscribo casi en su totalidad) flanqueada por dos enseñas de gran tamaño (catalana y europea, claro), con las que incluso posó alegremente.
¿No ha llegado el momento de romper con tanto complejo? Todos somos conscientes, en un momento de tanto sufrimiento para la gran mayoría de la ciudadanía, que en España hay cosas que se han hecho muy mal, que en España tenemos muchas cosas que mejorar, que en España la crisis ha hecho aflorar corruptelas por doquier, injusticias y un funcionamiento muy mejorable de todo el entramado político. Ahora bien, nadie puede obviar que también tenemos cosas magníficas como país, que no todo es negativo y que la imagen que se tiene desde fuera de nosotros mismos es infinitamente superior a la depresión flagrante que padecemos respecto de nuestra propia percepción.
Pero este artículo no tiene como objetivo explicar las bondades patrias, de eso deberían encargarse los románticos, que para algo tan aleatorio como el lugar donde uno nace, no tiene uno excesivo afán de floritura. Únicamente les propongo seguir en la línea de otros textos, publicados anteriormente, en los que hablo de la necesidad de romper los marcos mentales que los separatistas nos intentan imponer, a saber, todo lo bueno se debe al autogobierno de "la nació" y todo lo malo al centralismo de "l’Estat". Una estrategia con la que la imagen de cada una de las satrapías en que se han convertido nuestras CCAA, nunca sufre deterioro; la culpa siempre es de "Madrit" y si encima el gobierno es del PP, miel sobre hojuelas.
Creo que viene siendo hora de que la gente de izquierdas empecemos a soltar lastre del complejo histórico que nos debilita y comencemos a demostrar que el patriotismo no es llevar banderitas de España en la muñeca mientras nos plegamos a las exigencias de la Troika
El triste ejemplo sucedido estos días en el Condado de Treviño, donde una niña de tres años falleció por no ser auxiliada por una ambulancia a tiempo, debido a la inexistencia de una gestión sanitaria común, sería suficiente para invalidar este axioma separatista. Pero increíblemente, es casi imposible escuchar desde la izquierda oficial que un cierto jacobinismo podría ser interesante en pos de la igualdad y la solidaridad interterritorial. En cambio, es habitual asistir perplejo a la compra del marco mental nacionalista por parte de unos partidos que, acomplejados hasta la médula, renuncian al proyecto común que deberían defender si de verdad creyeran en la solidaridad, la igualdad, la fraternidad y el internacionalismo.
Así, creo que viene siendo hora de que la gente de izquierdas empecemos a soltar lastre del complejo histórico que nos debilita y comencemos a demostrar que el patriotismo no es llevar banderitas de España en la muñeca mientras nos plegamos a las exigencias de la Troika. Que ser patriota es creer en la mejora de las condiciones de vida del conjunto de la ciudadanía, ya sea de Pinto, de Monforte de Lemos o de Caldes de Montbuí y defender el Estado social mediante la unión y la solidaridad de toda la ciudadanía. ¿Desde cuándo separar trajo algo bueno? ¿Desde cuándo no quererse a uno mismo ayudó en algo? Seamos críticos, inconformistas y luchadores, pero sigamos construyendo juntos esta gran nación que es España. Ante la división neofeudalista que interesadamente nos proponen los que sí que se quieren mucho a sí mismos (hasta la náusea), deberíamos plantearnos un proyecto común alejado del sectarismo maniqueo que históricamente nos caracteriza, mediante el que sentirnos orgulloso de nuestro país en su conjunto. Y decir viva España sin traumas, sin creernos mejor que nadie, sin estridencias, sin visiones unívocas, sin romanticismos, desde el respeto a la pluralidad de los diferentes territorios, desde la razón... aunque sólo sea por supervivencia.
Richard Aldington: "El patriotismo es el sentido generoso de la responsabilidad colectiva. El nacionalismo es el gallo jactancioso en su propio corral".
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