Cataluña ha sido históricamente uno de los pilares del avance y la
modernización de España. Puerta de entrada de la Península Ibérica al resto del
continente ha sabido aprovechar su localización estratégica en el Mediterráneo,
para desarrollar una economía competitiva y convertirse en un referente a
escala global en determinados sectores como el turismo o las nuevas tecnologías.
Buena parte de este éxito se debe a la estrecha relación con el resto del
Estado, que es de lejos el primer cliente de bienes y servicios catalanes.
España no se entiende sin Cataluña y Cataluña no se entiende sin su
integración en el conjunto de España. De hecho nunca han sido realidades
diferenciadas o enfrentadas, y desde la Hispania romana hasta el Estado
descentralizado y moderno de la actualidad, pasando por la integración de los
diferentes reinos peninsulares en la corona hispánica a finales del siglo XV,
Cataluña ha ayudado a configurar una España plural y diversa, orgullosa de su
riqueza cultural y consciente de los innegables lazos de unión que subyacen
entre tanta heterogeneidad.
De esta manera, tras la aciaga etapa franquista, a finales de los años 70
del siglo XX, España hizo una transición modélica hacia un modelo
descentralizado en el que las diferentes nacionalidades y regiones que componen
el Estado podían encontrar un espacio adecuado para las aspiraciones de parte
de sus ciudadanos. A día de hoy,
Cataluña y otras regiones con lengua específica además de la común española
disponen de competencias casi absolutas en educación, lo que ha facilitado y
potenciado su singularidad cultural. Pero la capacidad de autogobierno no se
queda ahí, y en el caso de Cataluña se dispone de policía propia y competencias
casi exclusivas en multitud de campos tan importantes como la sanidad, que
otorgan a estos territorios una cuotas de poder altísimas y casi sin parangón.
En un estado de estas características la lealtad entre los diversos territorios
es uno de los elementos nucleares, y es ahí donde la clase política catalana
lleva demasiados años trabajando en el sentido contrario. Desde el feliz
advenimiento de la democracia, en Cataluña han gobernado fuerzas políticas
nacionalistas que han utilizado el victimismo para resaltar las diferencias con
el resto del país, para así obtener mayores cuotas de poder con las que tejer
unas redes clientelares que en los últimos tiempos se están mostrando como
germen de una corrupción generalizada y abyecta.
Este sistema tóxico para el desarrollo de cualquier proyecto compartido de
convivencia se muestra en sus peores términos con el estallido de la crisis
económica, derivada del pinchazo de la burbuja inmobiliaria específica española
y la crisis global a partir de 2008. El sufrimiento y la desesperación en los
que se sume buena parte de la ciudadanía española, y en particular la catalana,
es utilizado por la clase política nacionalista para desarrollar su programa de
máximos hacia la secesión. Un programa que de forma desleal llevaban décadas
construyendo a través una estrategia configurada por el que fuera presidente de
Cataluña durante 23 años, Jordi Pujol, que actualmente se haya bajo
investigación por fraude fiscal. En esta huida hacia adelante de su sucesor y
actual presidente de Cataluña, Artur Mas, para tapar la corrupción generalizada
y su ineficiente gestión de la crisis económica, la ontología del nacionalismo
ha entrado en escena con toda su crudeza, a saber, buscando un enemigo exterior
(España), construyendo un relato histórico fundacional tendencioso y
acientífico alejado de la realidad de un acervo histórico-cultural común con el
conjunto de España, y cayendo demasiadas veces en actitudes supremacistas que
tan bien conocemos en Europa, tristemente.
Y así llegamos al momento presente, con unas elecciones autonómicas el 27
de septiembre que el nacionalismo pretende convertir en sustitutivas de un
plebiscito sobre la secesión, configuradas con una falta de calidad democrática
inaceptable. Con una ley electoral, competencia del gobierno catalán, que prima
los territorios sobre las personas y que dota de mayor valor a los votos de las
regiones interiores, más proclives a las tesis del nacionalismo; con una total
invasión del espacio público de simbología favorable a la secesión; con la
elección de una fecha que favorece la abstención del sector favorable a la
unidad; con un arranque de la campaña electoral justo el 11 de septiembre,
festividad utilizada por el separatismo para desarrollar demostraciones de
fuerza en forma de manifestaciones masivas y actividades diversas de claro
sesgo político y con la intención de influir en el proceso electoral; con unos
medios de comunicación públicos demasiadas veces al servicio de la candidatura
independentista, y con los partidarios de seguir formando parte de España desmovilizados
y atemorizados en muchos casos ante el despliegue de los que basan en mitos y
leyendas su peligrosa fuerza. En definitiva, con una situación absolutamente
desigual entre partidarios y detractores del proceso secesionista, que
imposibilita la lectura de los resultados en clave plebiscitaria.
Pero lo más preocupante es el anuncio por parte de las fuerzas
secesionistas de utilizar los resultados electorales para saltarse la legalidad
y caminar hacia una declaración unilateral de independencia que alejaría a
Cataluña de Europa, que acrecentaría los problemas económicos de la ciudadanía
catalana y del conjunto de España, que sumiría en un mar de incertidumbre la
situación política, y que tensaría la cuerda de la convivencia hasta extremos
muy peligrosos.
Es en este campo de juego donde el trabajo de Societat Civil Catalana se
convierte en imprescindible, explicando las ventajas de seguir perteneciendo a
España y apostando por la necesidad de acabar con el monopolio del poder en
Cataluña por parte del nacionalismo, que ha tensionado y dividido una sociedad
hasta ahora mayormente tolerante y cosmopolita. Con el propósito fundamental de
seguir avanzando juntos y mejor, por una Cataluña abierta en una España de
todos, que mira al futuro desde una óptica europea y global.
http://thediplomatinspain.com/en/spain-makes-no-sense-without-catalonia-nor-catalonia-without-spain/