miércoles, 21 de octubre de 2015

Cataluña a la Vanguardia de España.

Cataluña ha sido históricamente uno de los pilares del avance y la modernización de España. Puerta de entrada de la Península Ibérica al resto del continente ha sabido aprovechar su localización estratégica en el Mediterráneo, para desarrollar una economía competitiva y convertirse en un referente a escala global en determinados sectores como el turismo o las nuevas tecnologías. Buena parte de este éxito se debe a la estrecha relación con el resto del Estado, que es de lejos el primer cliente de bienes y servicios catalanes.
España no se entiende sin Cataluña y Cataluña no se entiende sin su integración en el conjunto de España. De hecho nunca han sido realidades diferenciadas o enfrentadas, y desde la Hispania romana hasta el Estado descentralizado y moderno de la actualidad, pasando por la integración de los diferentes reinos peninsulares en la corona hispánica a finales del siglo XV, Cataluña ha ayudado a configurar una España plural y diversa, orgullosa de su riqueza cultural y consciente de los innegables lazos de unión que subyacen entre tanta heterogeneidad.
De esta manera, tras la aciaga etapa franquista, a finales de los años 70 del siglo XX, España hizo una transición modélica hacia un modelo descentralizado en el que las diferentes nacionalidades y regiones que componen el Estado podían encontrar un espacio adecuado para las aspiraciones de parte de sus ciudadanos.  A día de hoy, Cataluña y otras regiones con lengua específica además de la común española disponen de competencias casi absolutas en educación, lo que ha facilitado y potenciado su singularidad cultural. Pero la capacidad de autogobierno no se queda ahí, y en el caso de Cataluña se dispone de policía propia y competencias casi exclusivas en multitud de campos tan importantes como la sanidad, que otorgan a estos territorios una cuotas de poder altísimas y casi sin parangón.
En un estado de estas características la lealtad entre los diversos territorios es uno de los elementos nucleares, y es ahí donde la clase política catalana lleva demasiados años trabajando en el sentido contrario. Desde el feliz advenimiento de la democracia, en Cataluña han gobernado fuerzas políticas nacionalistas que han utilizado el victimismo para resaltar las diferencias con el resto del país, para así obtener mayores cuotas de poder con las que tejer unas redes clientelares que en los últimos tiempos se están mostrando como germen de una corrupción generalizada y abyecta.
Este sistema tóxico para el desarrollo de cualquier proyecto compartido de convivencia se muestra en sus peores términos con el estallido de la crisis económica, derivada del pinchazo de la burbuja inmobiliaria específica española y la crisis global a partir de 2008. El sufrimiento y la desesperación en los que se sume buena parte de la ciudadanía española, y en particular la catalana, es utilizado por la clase política nacionalista para desarrollar su programa de máximos hacia la secesión. Un programa que de forma desleal llevaban décadas construyendo a través una estrategia configurada por el que fuera presidente de Cataluña durante 23 años, Jordi Pujol, que actualmente se haya bajo investigación por fraude fiscal. En esta huida hacia adelante de su sucesor y actual presidente de Cataluña, Artur Mas, para tapar la corrupción generalizada y su ineficiente gestión de la crisis económica, la ontología del nacionalismo ha entrado en escena con toda su crudeza, a saber, buscando un enemigo exterior (España), construyendo un relato histórico fundacional tendencioso y acientífico alejado de la realidad de un acervo histórico-cultural común con el conjunto de España, y cayendo demasiadas veces en actitudes supremacistas que tan bien conocemos en Europa, tristemente.
Y así llegamos al momento presente, con unas elecciones autonómicas el 27 de septiembre que el nacionalismo pretende convertir en sustitutivas de un plebiscito sobre la secesión, configuradas con una falta de calidad democrática inaceptable. Con una ley electoral, competencia del gobierno catalán, que prima los territorios sobre las personas y que dota de mayor valor a los votos de las regiones interiores, más proclives a las tesis del nacionalismo; con una total invasión del espacio público de simbología favorable a la secesión; con la elección de una fecha que favorece la abstención del sector favorable a la unidad; con un arranque de la campaña electoral justo el 11 de septiembre, festividad utilizada por el separatismo para desarrollar demostraciones de fuerza en forma de manifestaciones masivas y actividades diversas de claro sesgo político y con la intención de influir en el proceso electoral; con unos medios de comunicación públicos demasiadas veces al servicio de la candidatura independentista, y con los partidarios de seguir formando parte de España desmovilizados y atemorizados en muchos casos ante el despliegue de los que basan en mitos y leyendas su peligrosa fuerza. En definitiva, con una situación absolutamente desigual entre partidarios y detractores del proceso secesionista, que imposibilita la lectura de los resultados en clave plebiscitaria.
Pero lo más preocupante es el anuncio por parte de las fuerzas secesionistas de utilizar los resultados electorales para saltarse la legalidad y caminar hacia una declaración unilateral de independencia que alejaría a Cataluña de Europa, que acrecentaría los problemas económicos de la ciudadanía catalana y del conjunto de España, que sumiría en un mar de incertidumbre la situación política, y que tensaría la cuerda de la convivencia hasta extremos muy peligrosos.

Es en este campo de juego donde el trabajo de Societat Civil Catalana se convierte en imprescindible, explicando las ventajas de seguir perteneciendo a España y apostando por la necesidad de acabar con el monopolio del poder en Cataluña por parte del nacionalismo, que ha tensionado y dividido una sociedad hasta ahora mayormente tolerante y cosmopolita. Con el propósito fundamental de seguir avanzando juntos y mejor, por una Cataluña abierta en una España de todos, que mira al futuro desde una óptica europea y global.