domingo, 16 de septiembre de 2012

LA "FUTBOLIZACIÓN" DE LA POLÍTICA

Este mes ha sido un período absolutamente funesto para la convivencia en Cataluña, con la guinda en el pastel de la marxa sobre Barcelona (no me digan que no han sentido un escalofrío con el lema), que se suma a más de 30 años de lavado de cerebro generalizado y estupidez colectiva sin igual.
Queda ya lejos el espíritu de la Transición: la concordia, el entendimiento, la tolerancia, la unidad, el respeto a la pluralidad, el buscar el encaje para todos y las ganas de encontrar aquello que nos unía y que nos une frente a lo poco que nos separaba y que hoy en día algo más lo hace. Adolfo Suárez (UCD) fue un estadista según lo analicemos, o simplemente un ingenuo que no supo entender que el nacionalismo nunca se contenta, jamás tiene suficiente, vive de ello, se alimenta de la ilusión, de lo que no existe pero anhela conseguir, del futuro celestial, de las emociones, los sentimientos, la pasión y lo irracional…
Fruto del mal cerrado pacto constitucional, del maquiavelismo y la obsesión de unos y de la falta de patriotismo o simplemente dejadez, desinterés o incapacidad de otros, nos encontramos actualmente ante una problemática importante a sumar a la larga retahíla de las que ya nos vienen sobrevenidas a nivel económico y social, y que tiene difícil solución con los mimbres de los que disponemos.
La política debería ser siempre entendida como la fórmula para llegar a acuerdos beneficiosos para todos, considerando la realidad física y humana del lugar sobre el que tomar decisiones. Para la toma más justa y equilibrada de estas decisiones, la democracia es el mejor sistema político conocido hasta el momento (Churchill dixit) y en esa fórmula cabe todo el mundo que la respete y la entienda en su grandeza, excluyendo por definición a aquellos que quieren aprovecharse de ella y de su bondad natural para convertirla en un arma para la victoria frente al otro. Democracia es virtud del entendimiento y gobierno del elegido para todos los que lo eligieron y los que no lo hicieron. Además, la política, engarzada en el sistema democrático, debería servir para decidir sobre nuestras vidas, siempre que fuera necesario para salvaguardar las libertades de todos, cercenando lo menos posible las libertades individuales.
En cambio el fútbol es otra cosa, es pasión, fervor, sentimiento, amor irracional a unos colores, a una bandera, a una ilusión, a unas sensaciones… Por mucho que defiendas el respeto al rival, el juego limpio, las buenas maneras, el fair play, en el fondo, todo seguidor fiel a un equipo desea lo peor para el rival, se ríe de sus desgracias, sufre con sus victorias y jamás acepta la realidad de lo que sucede. Los colores son más importantes, si tu equipo gana somos los mejores, si tu equipo pierde es culpa del árbitro, del entrenador, de la directiva, del estado del césped, de que no me he traído mi amuleto favorito al campo hoy, o que tal o cual jugador no ha salido al terreno de juego motivado. Cuando tu equipo pierde, tu tristeza dura poco, rápidamente, como un resorte, saltas de tu butaca y piensas, da igual, el año que viene lo conseguiremos, somos los mejores, y así ad infinítum.
No seré yo el primero ni el último en tocar el manido tema de la dualidad humana. Todos tenemos nuestro lado racional que intentamos imponer al irracional, no siempre con éxito, y a menudo es común reflexionar sobre que por muchos intentos que hagamos por racionalizar las cosas, el efecto sorpresa irracional nos ayuda a tener éxito en según qué empresas. Está estudiado que el acervo cultural y genético como especie nos proporciona una información muy válida a la hora de tomar decisiones rápidas. Por tanto, saber utilizar inteligentemente ambas estrategias nos aporta un equilibrio a la hora de decidir qué nos favorece, exponencialmente. Como conclusión diríamos entonces que para unas cosas es mejor racionalizar, meditar, pensar y reflexionar, pero para otras es mejor dejarse llevar por las emociones internas, por la emoción, por el lado irracional.
Pero estarán conmigo que la política no admite prisas, no se lleva bien con las decisiones rápidas. Es demasiado importante decidir sobre la vida de millones de personas, que a la vez viven en red con otros tantos millones más, como para fiarnos de nuestro lado irracional. Por lo tanto, convendríamos todos que la política sería uno de los lugares perfectos para que se instalara cómodamente el raciocinio y copa de brandy en mano y habano de calidad, sopesara una y otra vez variables y más variables hasta llegada la madrugada, y únicamente con todos los elementos de juicio analizados, tomara las decisiones más adecuadas para todos.
En estos días, es evidente que nos encontramos con la copa de brandy rota por el trajín, el habano humedecido por las lágrimas y con unos políticos, que a golpe de garrote, toman decisiones precipitadas y peligrosas, poco meditadas desde la razón y extraídas en vena directas desde el corazón.
El nacionalismo más reaccionario está ganando la partida, cuando en democracia las partidas no se ganan, se empatan. El nacionalismo está utilizando perversamente la democracia y los medios de que esta dispone para la difusión de sus logros positivos, para difundir el odio, el enfrentamiento y la sinrazón. El nacionalismo está utilizando el legítimo sentimiento de muchas personas para despreciar el de los otros, tan válido como el suyo. El nacionalismo ha encontrado el camino que en su mundo onírico siempre anheló, lo tiene ahí, a tocar de un dedo dicen, y por el camino le da igual quién o qué salga perjudicado. El nacionalismo ha encontrado la llave de su tierra prometida y ya nada ni nadie le puede apartar de la consecución de la victoria final.
Pero el nacionalismo no sabe, aunque sí lo saben los que lo dirigen, que el precipicio hacia el que nos llevan no tiene fondo, que la fractura social que se está produciendo será difícil de arreglar, que todo el camino andado jamás podrá ser desandado y que el éxito y la victoria de unos, será la grave derrota de otros.
¿No habíamos quedado que en democracia no debían haber vencedores y vencidos?
A ellos les da igual, es la futbolización de la política, es la muerte de la razón.
Daniel Perales es profesor de Primaria

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